¿País? México. ¿Hora? 13:15. ¿Las calles? Casi desiertas. ¿Por qué? La selección mexicana jugaba una final, importante más en lo anímico, aunque los recientes resultados no vaticinaban un éxito la afición tricolor decidió encerrarse en su casa, colmar los botaneros, reunirse en sí para ver el duelo contra los estadounidenses.
Diez años hacía que los llamados "Ratones Verdes" no le pegaban al primo del norte en la Unión Americana. Más de un lustro sin que los aztecas levantarán la Copa Oro, después de una terna consecutiva de trofeos levantados en este torneo continental. La esperanza era mínima, pero existía.
Por eso no había gente que caminara por las ciudades. Los taxistas hacían un esfuerzo enorme para conseguir clientela. A pesar de que la lluvia apareció en varios sitios, era difícil hallar personas. Alguno que otro distraído, u otro que le importaba reverendo sorbete lo que estaba a punto de pasar en televisión.
Farmacias, clubes, tiendas departamentales, en fin, todo muerto. Restaurantes, bares, cantinas, botaneros, o cualquier rincón de alguna casa, con una hielera llena de cervezas, tequilas por un lado, y refrescos para los abstemios eran los cuadros naturales por los recorridos.
Primeros 45 minutos sin pena ni gloria, con más sufrimiento que goce. Pero hasta ahí. Comenzó la parte complementaria y un ambiente extraño empezó a circundar. Algo decía que México iba a romperles la jetatura a los gringos.
Por edificios, en ciertas unidades habitacionales, se oyó el clamor: "No manches, ¡penal!". Era el jalón que le pusieron a Giovanni Dos Santos en el área. Quienes lo vieron por TV Azteca, cantaron el gol de Torrado primero; Televisa tenía un retraso de algunos segundos y el tanto se coreó en dos tiempos, con igual emoción en cada uno de ellos.
Luego vino el ramillete, "Gio", Vela, "Guille" y por último "El Gringo". "Cómo habría estado el partido que hasta ese güey metió", decían algunos en los botaneros. Qué importaba. Todo era felicidad. De broma hubo hasta pellizcos para ver si no era sueño.
Y al calor de los alcoholes había que salir a festejar. Los sonidos de los cláxones empezaron a sonar. Cohetes comenzaron a tronar. Gente que llegó a sus respectivos zócalos inició su verbena popular. ¿Y la lluvia que cayó en algunas ciudades? Ésa, ésa no importó. Normalmente en este país hay poco por festejar y este domingo era un día imposible de dejarlo pasar.
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